La madre de 'El Juli' y el torero |
Precisamente ellas, las madres de los toreros, son protagonistas de la mesa redonda que organiza para hoy la Peña Taurina Arevalense en el marco de las jornadas que se vienen desarrollando en la villa de Arévalo desde el pasado fin de semana. La madre de Rafi Camino, Mª Ángeles Sanz; Ana Martín González, madre de matador, banderillero y picador y Manoli Escobar, madre de El Juli han compartido con Ical el sentimiento y desvelo, como reza el título de la mesa redonda, que les provoca la profesión de sus hijos.
“Nunca he visto una faena completa de mi hijo”, reconoce Mª Ángeles Sanz, que recuerda cómo la primera y única vez que estuvo en la grada fue en un festejo benéfico que tuvo lugar en Córdoba. “Entré en la plaza, pero a medida que se acercaba el momento de que Rafi saliera al ruedo me inquietaba más y más y me tuve que ir; aunque una vez fuera los aspavientos de la gente tampoco crea que me tranquilizaban demasiado”, confiesa.
Por el contrario, Manoli Escobar, la madre de Julián López ‘El Juli’, asegura que asiste al coso taurino siempre que puede porque desde allí puede ver con sus propios ojos y en todo momento lo que ocurre; lo bueno y lo malo, y evita así el sobresalto de esa llamada que anuncia que algo le ha pasado a su hijo mientras toreaba. Sin embargo, reconoce que al estar en la plaza, y por ese deseo de pasar desapercibida, “hay que mantener el tipo” y los nervios no tienen ninguna vía de escape.
Ana Martín González ha sufrido por triplicado la inquietud y el miedo de tener, no a un hijo, sino a tres delante de un toro. Ella es la madre del matador José Pedro, del banderillero Ángel Luis, ya retirado tras una cornada que sufrió estando en la cuadrilla de Cayetano, y del picador David Prados ‘Fundi’. El sufrimiento además es por partida doble, lamenta, porque “no se trata sólo de que tus hijos se estén jugando la vida, sino de que a veces hay que escuchar auténticas barbaridades ante las que cuesta morderse la lengua”.
Así, Ana Martín González cuenta entre risas una anécdota que le ocurrió un día en el que José Pedro toreaba en un pueblo de Toledo y una señora sentada a su lado, presumía ante las demás de que el que estaba toreando era su hijo. “Así que cuando dio la vuelta al ruedo le grité, ¡adiós, hijo!, y me volví hacia aquella mujer para decirle que no sabía que mi marido había tenido descendencia con otra persona”, recordó.
Las tres asumen con sentimientos encontrados como el orgullo y la resignación, que ser matador de toros constituye una vocación muy fuerte de la que es imposible apartar a los que la sienten. Las tres sueñan con el día en el que sus hijos se aparten de los ruedos para poder dormir tranquilas, aunque eso no le resta ni un ápice al apoyo que les prestan en los bajos momentos y a la emoción con la que comparten con ellos los triunfos. “Deseo que llegue ese día”, confiesa la señora Escobar, “pero nunca se me ha ocurrido pedírselo y creo que es algo que tampoco se debe hacer”.
En el camino, luces y sombras. ¿Sombras? Cada cornada, cada revolcón, cada susto. Luces las de días como en el que El Juli abrió la Puerta Grande de Las Ventas o la del Príncipe de Sevilla o la del día en el que Rafi Camino tomó la alternativa acompañado por su padre. “Fue en Nimes y hacía mucho calor, una temperatura que rozaba los 40 grados”, recuerda Mª Ángeles Sanz “pero yo tenía un frío tremendo y cuando terminó la corrida, de tanta tensión y nervios acumulados, me sentía como si hubiera estado en una maratón de 100 kilómetros”.
También vivió una tarde intensa Manoli Escobar, ya aquella en la que Julián se convirtió en matador de toros, sino tres días antes. Su madre jamás olvidará aquella ventosa tarde en la que aquel jovencito de tan sólo quince años mató seis novillos en la plaza de Madrid. “Fue durísimo, así que superado aquello pude disfrutar aún más del día en el que cumplió su sueño de ser matador”, relata.
El comienzo del desvelo
Un regalo de cumpleaños fue el ‘culpable’ de que Rafi Camino siguiera los pasos de su padre y se preparara para ser matador de toros. Su madre recuerda que al cumplir catorce años pidió como regalo torear un becerro en la finca. “Me parecía tremendo así que no pude verlo, me quedé en casa con los oídos tapados y cuando su padre empezó a hablarme de lo bien que lo había hecho, me di cuenta de que comenzaba una preocupación que duraría muchos años”, comenta.
En el caso de El Juli, Manoli Escobar no dio importancia a que su hijo de nueve años le pidiera ingresar en la Escuela de Tauromaquia de Madrid. A medida que avanzaba su formación en la Escuela, los profesores le advirtieron de las cualidades que mostraba Julián muleta en mano, pero hasta que no se marchó a Méjico con catorce años, ya que la edad mínima para poder torear en España es de dieciséis, no fue consciente de que su vida había cambiado.
Y a partir de ahí, vivir con el corazón encogido cada tarde de toros, siempre con una vela encendida para pedir protección. “He rezado mucho, muchísimo” asegura la madre de Camino que pasaba los veranos en Arenas de San Pedro y que antes de cada corrida acudía al santuario de San Pedro de Alcántara. “Son muchas noches sin dormir, sobre todo cuando sé que se va a enfrentar a una plaza dura como Madrid o Méjico donde sabes que saldrá a por todas”, explica la madre de El Juli, “así que lo que nos queda es pedirle a Dios, que si es posible se le dé bien, pero sobre todo que vuelva sano”.
Fuente: El Norte de Castilla
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