lunes, 23 de enero de 2012

El faro de la transición se apaga

Amparo Illana y Adolfo Suárez
J. L. Salinas / Hace más de cinco años que Adolfo Suárez González (Cebreros, Ávila, 25 de septiembre de 1932) no recuerda que fue el primer presidente de la democracia española y el gran faro en el camino de la Transición. La enfermedad degenerativa que padece desde hace casi una década -aunque no está diagnosticada, se cree que padece alzhéimer- hace mella en su salud. Primero perdió la memoria y, desde hace unos meses, el deterioro cognitivo ha dejado paso al físico. Según los médicos, es un paso que se suele dar en quienes padecen estas enfermedades. Suárez casi ni habla ni camina.

La Transición española va perdiendo a las figuras que la hicieron posible. En mayo de 2008 falleció Leopoldo Calvo-Sotelo, ex presidente entre febrero de 1981 -tras el intento de golpe de Estado- y diciembre de 1982. Hace una semana murió el fundador del Partido Popular, Manuel Fraga Iribarne, que también fue clave en el tránsito de España a la democracia.

La última intervención pública de Adolfo Suárez tuvo lugar hace nueve años, en un mitin celebrado el 2 de mayo de 2003 en Albacete. Fue en un acto político para apoyar a su hijo, Adolfo Suárez Illana, que, enrolado en las filas del Partido Popular, disputaba a Bono la Presidencia de Castilla-La Mancha. El mitin sirvió para evidenciar el avance de la enfermedad del primer presidente de la democracia. Durante su discurso, se perdió varias veces mientras leía unas notas e, incluso, llegó a leer en varias ocasiones el mismo folio. Acabó su mitin así: «Bueno, para qué más discursos, lo que os quiero decir es que mi hijo es una persona de bien y que hará muy bien su trabajo».

Desde entonces, la salud de Suárez ha ido cuesta abajo. La última imagen que se conoce de él fue una fotografía que su propio hijo le hizo de espaldas, abrazado por el Rey y paseando por el jardín de su finca en el barrio de La Florida (Madrid). En los últimos meses la familia ha decidido restringir las visitas que recibe. Desde el último año, cuando se ha producido un importante bajón físico, todo se ha vuelto más estricto. Sus cuatro hijos (Adolfo, Laura, Javier y Sonsoles) son su compañía regular. Sus hermanos (Hipólito, Carmen, Ricardo y José María) también lo visitan con regularidad, así como su cuñado Aurelio Delgado. Algunos de sus mejores amigos como Gustavo Pérez Puig, antiguo realizador de televisión, o Fernando Alcón, político abulense y amigo desde la infancia de Suárez, han ido espaciando sus visitas, en parte por sus propios achaques de salud y en parte para no ver a su amigo en la situación en la que se encuentra. El cardenal Antonio Cañizares también visita de vez en cuando a Suárez.

Sus más allegados aseguran, no obstante, que, pese a la gravedad de su estado de salud, el ex líder Unión de Centro Democrático (UCD) y de Centro Democrático y Social (CDS) apenas sufre. Ni siquiera es consciente de su estado. Ya no fue capaz de acudir al entierro de su hija mayor, Marian, en 2004. De hecho, cuando le dieron la noticia de su muerte se mostró extrañado y preguntó: «¿Y quién es Marian?». Cuando se lo explicaron, replicó enfadado: «Con esas cosas no me gastes bromas».

Fue en el verano de 2003 cuando la enfermedad que padece Adolfo Suárez, según cuenta su familia, se intensificó. Ese año perdió buena parte de sus facultades cognitivas y dejó de reconocer a sus más allegados. Dicen también que su último acto de lucidez tuvo lugar en 2005. En la primavera de ese año, su hijo decidió que el cardenal Antonio Cañizares confesara al primer presidente de la democracia. El eclesiástico, sentado junto a Suárez en el jardín de su casa madrileña, le puso la mano sobre la rodilla y le dijo: «¿Quieres que te administre el perdón?», a lo que el abulense respondió: «Yo siempre estoy dispuesto a dar y pedir perdón».

El Rey sigue de cerca la evolución del duque de Suárez. Ambos compartieron a finales de los años setenta el liderazgo de un proceso esencial de la historia de España. El hombre sin memoria que hoy se apaga en su casa de Madrid fue, junto a Juan Carlos I, el inolvidable intérprete de una obra, la Transición política española, cuyo guión escribió en buena medida el asturiano Torcuato Fernández-Miranda, fallecido hace veintiún años.

Fuente: La Nueva España

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