sábado, 4 de febrero de 2012

Ángel Arroyo: «A Ávila la veo muy matadita Está en un sitio estratégico y no se aprovecha»

El del 95 no es tanto aquella chica por la que lo habríamos dado todo y al final no dimos ni las gracias como el recuerdo de malogrado Marco Pantani, reventando el récord de ascensión a Alpe D’Huez. Y el del 83 es un transistor narrando la lucha de Ángel Arroyo contra el cronómetro, en Puy de Dôme. Esa carrera finalmente la ganaría Laurent Fignon, el último de los apaches. Al abulense, que fue segundo en los Campos Elíseos, también lo recordamos en el blanco y negro de los diarios de entonces, gastando zapatillas blancas y gesto de dinamitero. Aquel corredor que iba casi por libre, igual que una melodía de Lee Hazlewood, llegó poco antes de que Pedro Delgado y Miguel Indurain, con los que compartió miles de kilómetros en el Reynolds, hicieran del ciclismo un titular que abría los informativos de la televisión. Eran otros tiempos:

«A lo mejor no he ganado tanto como Perico, pero mis seguidores tampoco me olvidan. Todavía hay gente que llega a mi trabajo y me pregunta si soy el ciclista. Incluso algunos, cuando les comenté que me retiraba, se echaron a llorar. Oye, si lo sé, me habría callado…»

En el ciclismo la memoria importa mucho.  
Hace poco me metí en internet y empecé a leer comentarios de gente jovencilla que, después de tanto tiempo, contaba: «Bueno, no entiendo de aquella época, pero, por lo visto, Ángel Arroyo debía de tener los huevos bien puestos…»

¿No sientes nostalgia de la competición?
Eso son palabras mayores. Llega una edad en que se acaba. Pero el ciclismo lo sigo practicando. Y me lo paso tan bien como antes. Lo que pasa es que no me puedo preparar mucho, porque entonces me da por creer que soy capaz de correr el Tour...

¿Fastidia no haberlo ganado?
Nunca he pensado en ello. En mi carrera se cruzaron aquellas fiebres de malta y ya está. Digamos que fui el que encendió la mecha, pero no me llegó la explosión. A Perico o Miguel sí que les llegó y tuvieron grandísimos triunfos.

Ahora el ciclismo parece agonizar.
Ha influido mucho la crisis. Antes los padres metían a los hijos y ahora ya no. La gente quiere apartarse, especialmente por el asunto del doping. Pero creo que, sobre todo, se lo ha cargado la dichosa crisis.

Lo del doping es todo un debate.
Hay deportes que pasan menos pruebas, curiosamente. Pero es cierto que, corriendo hace unos años, en Navalmoral, estábamos subiendo y algunos parecía que bajaban. Tenían hasta que frenar en las curvas…

A ti te quitaron una Vuelta. Por un supuesto doping.
Tras la famosa etapa de Navacerrada. Ese día di positivo. Volví a pasar el control el sábado y di negativo. Pero se quedaron con la prueba del viernes. Pero el que ganó, Lejarreta, no pasó un solo control.

Aquello fue, como poco, rarísimo. Os tiraron a cinco. 
Fue una maniobra clarísima… Lo he dicho hace poco: el que hacía el control era un judas, igual que Marino. Lo nuestro era defendible al 100 por cien. Y no se hizo nada.

¿Cómo te quedaste?
Tenía 26 años, pero mentalidad de diecisiete o dieciocho y no me entraba en la cabeza. Era un chaval y no sabía qué podía hacer. Me sentí mal, pero lo olvidé.

Pese a las hostias, siempre tirabas hacia delante. 
Poco después, en los Valles Mineros, pedimos que hicieran controles, pues, si no, los de Reynolds no salíamos. Y unos cuantos que habían estado en lo más alto de la Vuelta desaparecieron… Y encima les defendí…

A su segundo puesto en aquel Tour del 83 y el sexto en el 84, el de la legendaria etapa que ganase en Morzine, hay que añadir, entre otros triunfos de su palmarés, aquella Vuelta a España, la del 82, que ganó en el asfalto y perdió en las moquetas. Hoy charlamos con el de El Barraco a lo largo de toda una tarde, en mitad del invierno de la incertidumbre. Irónico y memorión, con una risa que surge tras cada curva de un discurso torrencial, resta importancia a su carrera, rememorándola con naturalidad, como quien pide el menú del día sin fijarse demasiado en lo que hay. Era lo que le gustaba y lo que tenía que hacer:
«Lo que pasa es que, cuando estaba metido en el ciclismo, no me daba cuenta de nada. Después, sí, cuando ha pasado el tiempo. En ese momento iba a lo que iba, que era correr».

Y cada época es distinta.
Ahora mismo, el ciclismo se vive de otra manera. No se pueden comparar tiempos tan diferentes, aunque es inevitable. A nuestra generación también la comparaban con la de Bahamontes. Y nada tenían que ver.

Siempre has marchado a tu aire, por así decirlo.
Cuando fui ciclista, me gustaba ver las carreras, pero curiosamente no tenía ningún ídolo. Hacía ciclismo. Y punto. Ahora me pasa un poco igual. Del Tour sólo veo las etapas claves. Soy un tipo atípico.

¿Cómo empezaste en el ciclismo?
Muy pronto. Con ocho años, les dije a mis padres que, si no me compraban una bici, me iba de casa. No me hicieron mucho caso. Mi padre al final compró una bici grande para él, pero no la utilizaba.

Así que la cogías tú.
Como yo era muy pequeñito, montaba por debajo de la barra, una cosa bastante extraña. Dado que no llegaba a los pedales, me las tenía que apañar como podía. Me daba igual.

¿Dónde vivíais?
Durante un tiempo en el Pantano del Burguillo. Pero cuando empecé a montar, en una finca que era de la familia del antiguo presidente Adolfo Suárez. Mis padres cuidaban de ella, además de tener ganado.

¿Ya había afición al ciclismo por la zona?
Qué va. Había temporadas en que hacía ciclocross y no me metieron en un manicomio por poco... Imagínate: estar tranquilamente con las cabras y de repente ver a un tío que se tira con una bici desde un barranco.

¿Cómo se tomaban tus padres lo de la bici?
Mi padre me llamaba cariñosamente «Bicicleto». Me mandaba a trabajar y mi ilusión, en cambio, era irme con la bici a todas horas. Él, que era un castellano duro, me proponía que entrenara por la noche.

¿Y tu madre?
Era más sensata. Me reñía: «Ángel, que así no vas bien…». A mi padre no le gustaba del todo que fuera en bici, pero a raíz de que hice algunas cositas, se ponía ancho, como decía mi madre.

Eran generaciones muy duras.
Mi madre sigue viva, con 85 años. Es una mujer de hierro. Mi padre ya murió, casi sin decir adiós, el pobre. Aquellas generaciones lo pasaron fatal. Cuando mi madre me cuenta historias, pongo los oídos como un radar. Nos olvidamos tan rápido de lo malo…

Lo que no has olvidado es tu primera carrera.
Fue en Ávila. Cuando arrancamos, los del Club Ciclista me dejaron pasar. Y cuando me di cuenta, era el último, claro. Pero empecé a remontar. Se me partió el cable de cambio y tuve que hacerlo con el plato pequeño. De sesenta, entré el vigésimo cuarto.

Que no está nada mal. 
Luego hice más carreras, con un grupo de la OJE. Y en el mes de septiembre del año 76, me fui a correr una carrera en Herrera de Pisuerga y mis compañeros se rajaron. Así que me quedé solo ante el peligro.

Sin miedo. 
Era muy decidido. Me fui en tren. Aparecí al amanecer en la estación, con un frío tremendo. Desayuné en un bar del pueblo y me quedé sin dinero. Y entonces unos parroquianos hicieron una apuesta en el bar.

¿Una apuesta?
Sí, uno del bar dijo que me daba cinco duros si ganaba. Y otro paisano se puso farruco y dijo que veinte. Así que aquel día, con equipos de aficionados ya buenos, gané en solitario. Soy agnóstico, pero fui rezando toda la carrera para no pinchar.

Lo de la pasta era todo un problema.
Para ese viaje pedí el dinero a mi hermano, pues mi madre no me quería dar más. Al poco acabé llamando a un equipo de Salamanca, que me dijo que sólo me pagaban si me ponía su camiseta. Y lo que haga falta, contesté.

Seguiste ganando con ese equipo…
Recuerdo que fuimos a Mérida y me dijeron que no me moviera. Me escapé con un compañero, Fernando Zamora. En una curva, vi que flojeaba, di candela y gané. Ya sabía cómo hacerlo...

Otra vez esa rebeldía...
Porque me gusta que las cosas se hagan bien. Después, ya en juveniles, estuve el Mobylette y pedí la carta de libertad, pues pagaban a medias, cuando lo hacían. Incluso estuve corriendo un tiempo solo…

¿Estuviste en más equipos?
En varios. Otra vez, como era un purasangre, salí con el motorista, en Valladolid. Y al rato me quedé reventadito. Tuve que entrar con Luis Galán, también de Ávila. Cuando llegamos, ya no había meta.

Esas historias son las que crean afición.
Hombre, he llegado hasta ir con el freno cambiado, en una bici que me dejó también Luis Galán, en Navalmoral, mientras estaba escapado. Luego me enteré de que le quitaron la licencia por dejármela…

Pasaste al Super Ser, aún como aficionado.
Y corrí como amateur el Vasco-navarro, que dura todo el año. Recuerdo que alguien nos dijo, en Vitoria, que para ganar había que «colocarse». Aquello me fastidiaba horrores. No le hice ni caso.

Y ganaste.
Eso es lo curioso. Pinché, pero apareció el coche del equipo, para avisarme de que había control y no siguiera. Como no tomaba nada, me dio igual. Cogí otra bici y acabé ganando.

Después ya te profesionalizaste, con Javier Mínguez.
Es que, además, no estaba demasiado a gusto. Aquel era un equipo de sprinters. Lo mío era otra cosa. Y Mínguez me hizo una oferta. Contraofertaron, pero dije que no. Soy hombre de palabra, desde pequeñito. Es lo que aprendí en casa.

Tras el servicio militar, corriste los Valles Mineros.
En la mili corrí muy poco. Me habrían dado permisos, pero me negué. Eso hubiera supuesto fastidiarme dos años.  Y con uno bastaba. Después, sí, me fui a los Valles Mineros, donde gané la primera etapa sin saberlo.

¿Cómo fue eso?
Llovía mucho. En las curvas, la carretera se iba. Me fui con un asturiano. Como yo era nuevo, entraba en las curvas y le sacaba una rueda. Llegando a la curva de meta vi a dos al fondo y pensé que habían ganado. Pero no. Estaban doblados.

Fue la primera carrera profesional que ganaste.
Y eso que bajando el Alto del Padrún me fui al suelo. Mínguez me dijo que me reservara, pero yo quería ganar y me lancé a por todas. Así que bajé como pude. Me dolían hasta las orejas.

A los tres años saltas al Reynolds.
Había sido sexto en la Vuelta. Tenía mentalidad de ser un corredor mediocre, de ganar mi carrerita y trabajar para los demás. Llegó Echávarri y me hizo una oferta. Mínguez me dijo que ellos la igualarían. Pero llamé y llamé y no me contestaron. Y me fui.

Aquel Reynolds era un equipo lleno de talento.  
Gorospe, Laguía, Delgado, yo… Hoy quizá se vea como un equipazo. Pero era una apuesta arriesgada, de gente joven. Está claro que Echávarrí tuvo buen ojo.

Ese año fue el de la Vuelta que ganaste y perdiste.
Y el mismo en que me rompí el escafoides, en la Costa de Azahar. Corrí aquella vuelta con un plato de cincuenta y dos. Para bajar, me acuerdo que me pegaba con la cabeza en el manillar. Y no llevábamos casco.

Y en el 83 el Tour.
Fue bonito. En los últimos diez años no se había hecho casi nada. Quedé segundo, ganando la contrarreloj de Puy de Dôme. La victoria final fue para Fignon. Pero fue cuestión de suerte, porque no fue Hinault…

Recuerdo que en el podio era como si no estuvieras.
Por lo de siempre. Me gusta el ciclismo, pero no todo lo que le rodea. Nos hacían las fotos y todo el mundo se ponía por delante y tenía que recordar que yo había sido el segundo. En fin…

Al año siguiente quedaste sexto en el Tour. Y después tuviste aquellas fiebres.
Que finalmente me llevaron al cese de empleo. Hice cosillas, pero llegó un momento en el que no andaba como quería. En el año 89, a mitad de temporada, tiré la toalla. Y se acabó, sin dramas.

Desde entonces te has distanciado del ciclismo profesional.
He ido alguna vez a Francia, invitado por el Tour. Y comenté un Giro en televisión, durante los noventa. Me enfrasco en lo que hago y me olvido de lo demás. Siempre hay que ir hacia delante, sin parar.

¿Cómo ha sido desde entonces tu vida?
Toqué el tema de la construcción. Y casi sin querer monté un lavadero de coches que se ha convertido en mi medio de vida. Trabajo en ello con la misma dedicación con la que corría. Y no me ha ido mal. Ahora tengo tres.

¿Cómo ves a Castilla y León?
A Ávila la veo muy matadita. Le falta alegría. Estamos en un sito estratégico y no lo aprovechamos. O eres autónomo o eres funcionario. Nuestra principal empresa es la Seguridad Social. Mis hijos trabajan conmigo, si no tendrían que irse.

Y ahora la dichosa crisis.
Pero por muy mal que estemos, andamos mejor que la generación de mis padres. El tiempo nos ha hecho olvidar de dónde venimos. Mis padres tenían un huerto y sacábamos el agua a cubos del pozo. No llegaremos a eso, seguro. Como siempre, habrá que seguir hacia delante…

El ciclismo es un deporte para adultos, algo que muchos continúan sin comprender. 
Allá ellos. Los chalados nos conformamos con guardar en nuestro recuerdo el legado de titanes como Ángel Arroyo. Tal vez todo se reduzca a que sencillamente envejecemos. Después de haber escuchado a las sirenas hablando entre ellas, habrá que doblar los bajos de los pantalones. Y tras vestirnos, dar las gracias, para seguir hacia delante.

DE CERCA
Una carrera.
El Tour.
Un ciclista.
Indurain.
Un rival.
Hinault.
Un lugar.
Suiza.
Una afición.
La caza menor.
Una virtud.
La constancia.
Un defecto.
Que lo digan otros...

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