lunes, 18 de junio de 2012

Santa Teresa: la visión “tremendamente femenina” del cristianismo

La escritora Alicia Dujovne Ortiz encara en "Un corazón tan recio" un monólogo íntimo ficcional de Teresa de Ávila, la monja de linaje converso y feminista adelantada, fundadora de la orden de las carmelitas descalzas en el siglo XVI y que llegó a ser santa, sorteando las persecuciones de la Inquisición ante los éxtasis místicos que tenía con Cristo.

Dujovne Ortiz (Buenos Aires, 1940) se sumergió en una ardua investigación histórica para reconstruir la voz de esta mujer visionaria y piadosa, a quien dos veces se le paralizó la lengua, considerada una mística, autora de célebres obras literarias y patrona de los escritores.

La autora argentina, que vive entre Buenos Aires y París, admite su atracción por "las mujeres extremas" evidenciada en los libros que hizo sobre Eva Perón; Anita Garibaldi; la espía y mujer de Felisberto Hernández, África de Las Heras y Mireya, la prostituta inmortalizada por Toulouse-Lautrec.

"Con estas mujeres fui biógrafa o narradora apegada, pero nunca me animé o sufrí la tentación de meterme con alguien. Lo gracioso es que mi identificación absoluta fue con la santa", cuenta a Télam.

"Un corazón tan recio", publicado en Argentina por Alfaguara y que en París se llamó "El monólogo de Teresa", es una autobiografía ficticia de Teresa de Cepeda y Ahumada (más tarde canonizada como Santa Teresa de Ávila) en la que la religiosa confiesa lo que nunca pudo decir en su vida: sus orígenes judíos.

Dujovne Ortiz encara desde Teresa una historia oculta y silenciada por el catolicismo español del siglo XVI, la de abuelo acusado por la Inquisición y condenado a llevar el infamante sambenito y el relato del juicio de reconocimiento de hidalguía solicitada por su padre para limpiar la mancha de su familia, gracias al pago de una suculenta suma.

- ¿Cómo fue meterse en la piel de Santa Teresa?

- "Para mí fue fácil. Es un problema de arrogancia -reconoce- meterme en la piel de una santa en primera persona. Me identifico con ella por muchos motivos: era una mujer extraordinariamente graciosa, astuta y capaz de cuerpearle a la Inquisición con trucos típicos de la marrana (judía conversa)".

Otro de los temas ineludibles a la hora de contar la vida de Teresa (Ávila, 1515-Alba de Tormes, 1582) y con los que Dujovne Ortiz experimentó una sintonía fueron los polémicos estados de éxtasis que la monja tenía con Dios.

"Creo que es una experiencia humana que existe desde que el mundo es mundo y es una de las más maravillosas. Es una felicidad que llueve de repente, inexplicable e intransferible, es como explicar un orgasmo. Y algo de ese éxtasis, una pequeña chispa me pasó a mí, una hija de comunistas", revela.

Incluso la autora cita a la propia Teresa quien postulaba: "el éxtasis tenía lugar en el alma, pero que el cuerpo intervenía un poco y aún harto".

"Es una experiencia que no está al alcance de todos, hay que estar muy solo, dispuesto y un poco distraído para que una chispa de felicidad cósmica que llueve te alcance y que está más allá de la emoción estética. No creo que sea necesario estar en un convento para que suceda", opina la autora.

Para Dujovne Ortiz, una las páginas más eróticas de la historia viene de la pluma de esta santa. "Hay una visión de Teresa muy célebre donde cuenta que vio a un querubín que le introducía en las entrañas un dardo de oro con la punta de fuego y en cada entrar y salir del dardo su vida se escapaba", cita la autora.

De hecho, la portada del libro es la escultura "El éxtasis de Santa Teresa" (1651) de Gian Lorenzo Bernini donde ella "tiene una cara de agonía y placer, no se sabe si es el absoluto del goce o del dolor.

Era lo que decía del éxtasis y lo que aterraba a sus confesores, lo llamaba el `recio martirio sabroso`". No por nada Jacques Lacan "utilizó esta cara de Teresa agonizando de goce" para sus seminarios sobre el placer.

"Un corazón..." comienza con el reconocimiento de la mística y poeta española de su condición de marrana hasta su muerte, cuando ya era una celebridad en el entorno eclesiástico, cortesano y literario del siglo XVI.

"Esa condición se conoció en España recién en 1947, hubo cinco siglos de silencio, lo que da una imagen de lo que fue y es España. También explica por qué Teresa en su vida no dijo nada y es una de las razones por las que yo tomé la primera persona: para decir lo que ella no pudo. A Teresa la hubieran quemado", dice.

Ni siquiera en sus tiempos de novicia y después como esposa de Cristo, Teresa fue una monja del montón, ella levitaba, escuchaba voces -Dios le hablaba al oído- y buscaba martirizarse para estar más cerca de él, lo que la lleva a ser reconocida como una mística de renombre.

"Teresa habló hasta por los codos sobre sus éxtasis gracias a sus inquisidores que le pedían que los explicara punto por punto. Gracias a eso tenemos una prosa femenina, rica, sensual, concreta y con metáforas de la vida. Son relatos amplios y detallados.", asegura

Dujovne Ortiz quien investigó durante dos años esta vida. "Los éxtasis -cuenta- eran vistos con gran desconfianza porque allí había una experiencia mística excesivamente femenina y sensual, que no caía bien en ese mundo de poder masculino e inquisitorial. Muchos le dijeron que lo que le pasaba no era con Dios, sino con el Diablo".

Escrita en tono confesional, Dujovne Ortiz apeló a la invención del lenguaje: "me invento una lengua con elementos del lunfardo porteño", dice sobre este español sembrado de palabras en hebreo, ladino, guaraní y quechua que entraman una vida, una pasión desmedida con Dios y que recrea un capítulo de la historia del cristianismo.

Esta monja aventurera sale de su terruño para abrir otros conventos, "pobres y rigurosos", expresaba, y con la intención de acercarse aún más a Cristo.

"La plata se la mandaba su hermano que estaba en Perú casado con la hija del conquistador Gaspar de Espinosa quien traicionó y le robó el oro al Inca Atahualpa. Teresa decía `estoy fundando conventos con regla de pobre y pureza de vida con la plata robada al Inca Atahualpa`", relata la escritora.

Entonces entre palabras mezcladas y expiación cristiana, la santa necesitaba saber cómo se decir perdón en quechua. "No existe esa palabra porque en la vieja religión incaica no había sentido de culpa, los españoles los obligaron a sentir culpa y a pedir perdón y se inventaron una palabra mestiza: perdonaguay", indica.

La relectura del cristianismo desde Santa Teresa fue "inevitable porque estaba enamorada de Cristo, deseaba ver sus ojos, veía su mano, era su hombre. En Santa Teresa hay una visión tremendamente  femenina del cristianismo, es una explosión de femineidad volcada hacia lo divino".

Fuente: Telam

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