martes, 29 de marzo de 2011

«O viven los lobos o vivimos los ganaderos»

La noche en que José María Jiménez, 76 años, se topó con tres lobos a punto de cruzar la carretera en el término abulense de Cepeda la Mora tuvo un mal presagio. «En dos días los tenemos en casa», pensó. Pasaron tres noches y la ganadería extensiva que ahora mantiene su yerno, Jacinto Serranos, en Mengamuñoz sufrió el primer ataque: murió una novilla que estaba preñada. «Hasta que no te toca, no lo piensas», dice. Y a él, 39 años y ganadero desde hace un par de décadas, le tocó.


Su explotación engrosa ya el listado de víctimas de una población de lobo que en los últimos años ha experimentado una expansión hacia zonas en las que hace tiempo que no estaba presente. Tanto, que el septuagenario José María Jiménez hacía al menos cincuenta años que no veía un ejemplar por la comarca. «Siendo yo un chaval tuvimos el mismo problema, pero en dos años desaparecieron todos y hasta hoy».



Las organizaciones agrarias cuentan ya por decenas las cabezas de ovejas y vacas muertas por la dentada del lobo. Solo en el entorno de Mengamuñoz hay ya cerca de diez. A apenas cuatro kilómetros, en Narros del Puerto, Salvador Meléndez, 41 años, le pone cara al listado de afectados. «Es lo único en mi vida que me ha quitado el sueño», dice como argumento de bienvenida a una comarca que refleja en pintadas sobre el asfalto su oposición al cánido. Hace más de un mes que Salvador se topó en su ganadería con la primera novilla descarnada y, desde entonces, forma pareja de guardia nocturna con Jacinto Serranos. «Ponemos lumbre, lanzamos petardos, más que en Fallas, y recorremos el monte con un faro para intentar que no se acerquen al ganado». Y pese a todo, el pasado 16 de marzo otra novilla fue devorada. «Ya no sabemos qué más hacer; estamos en un sinvivir, apenas dormimos, la familia está de los nervios, mi hijo se despierta soñando con lobos, estamos desesperados», se lamenta este joven ganadero junto a la valla de su explotación.


Complicada convivencia


La históricamente apelada convivencia entre el lobo y el ganadero se antoja complicada al sur del Duero. La Directiva de Hábitats de la Unión Europea lo declaró aquí especie protegida frente a la consideración de cinegética al norte del río. La población en esta zona de la región es, por tanto, muy difícil de controlar y los daños que originan tampoco son susceptibles de indemnización (en el norte se hacen cargo los responsables de los cotos y las reservas).


Salvador y Jacinto se encuentran así con cuantiosos daños que no tienen compensación. A la muerte de sus respectivas novillas -cada una podría costar «ochenta mil billetes (habla en pesetas)»-, se suman los abortos ocasionados por el estrés y el nerviosismo originado por la presencia del animal. En estos casos, en los del sur del Duero, el Plan de Gestión del Lobo aprobado por la Junta de Castilla y León hace tres años obliga a tener un seguro que cubra los daños. «¿Cómo pueden pedirme que haga un seguro para que venga el lobo a matarme las vacas? Lo normal es que el seguro lo tenga quien me ocasiona a mí los daños. Y aun así, yo no quiero dinero, no me pueden pagar lo que me han hecho, ¿cómo me van a compensar los días que llevo sin dormir?», añade Salvador.


Tanto Salvador como Jacinto están convencidos de que es una repoblación que «se ha ido de las manos». En esta comarca abulense la ganadería es extensiva y para estos ganaderos es impensable encerrar su ganado. «¿Dónde meto yo 400 vacas? Me tendría que pasar un día entero para guardarlas?», añade.


La solución pasa por alejar este animal de sus explotaciones, pues tienen claro que lobo y ganado «no son compatibles». Máxime por los problemas que un ataque podría llegar a acarrear para el ganadero más allá de las bajas. «Cualquier día las vacas pegan una estampida, se meten en la carretera y matan a alguien, y entonces, ¿quién será el culpable?», se preguntan.


María Ángeles Méndez, mujer de Jacinto, se pasa las noches en vela esperando el fin de la guardia de su marido. Se siente indefensa ante una situación que le genera «tensión y malestar» hasta el punto de robarle el sueño. «Por las noches pienso, ¿y mañana qué?, porque toda la vida no vamos a poder estar haciendo guardia. Luego nos dicen que hay que convivir, solicitamos ayudas para cercar y nos las deniegan porque no hay dinero. ¿En qué quedamos?», lamenta.


La idea de abandonar ronda ya la cabeza de Salvador. Sobre la mesa sopesa dos opciones; o marcharse al sur con la familia y el ganado o quitar todas las vacas y buscar otro trabajo. «O quitan los lobos y los echan a un parque o dejamos de ser ganaderos, o viven los lobos o viven los ganaderos, pero ambos son incompatibles», sentencia.

Fuente: El Norte de Castilla

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