Un acueducto escondido en un patio, las mejores vistas desde la muralla, la nueva subsede del Museo del Prado o los bares con tapas de diseño por el precio de una caña son algunos de los nuevos atractivos de Ávila que recomiendan los lugareños a quienes los visitan con espíritu de descubridores.
Lo primero que se va a recomendar visitar en este artículo es el acueducto de Ávila. No es que quede mucho ni que sea fácil de ver, pero estos dos arcos de la canalización del siglo XVI son tan inesperados como poco conocidos. Para acceder a sus pocas piedras hay que asomarse a un patio particular de la breve calle Isaac Peral, y pedir permiso para echar un vistazo en los comercios que lo rodean. Como Ciudad Patrimonio de la Humanidad, Ávila tiene como objetivo que todo permanezca. Como en la basílica de San Vicente, donde se acaban de restaurar las ocho campanas. Entre los monumentos, uno de los más destacados (con el permiso de las murallas) es el Real Monasterio de Santo Tomás, que aparte de su célebre retablo, tiene curiosidades como el Museo de Arte Oriental y el de Ciencias. Son básicos, pero al visitante le pueden sorprender algunas piezas interesantes.
Otra exposición manejable es la del Archivo General Militar (Vallespín, 19), que ha creado un Museo del Cuerpo de Intendencia, que celebra cen años, en el que se recorre la historia de la milicia en la península. El Archivo está en la Casa de Contreras, del siglo XVI, y se accede a él tras pasar por un precioso patio porticado. La entrada es gratuita. La novedad museística de este año será la apertura de la subsede del Museo del Prado en el Palacio de los Águila (calle de López Núñez). Los 6.300 metros cuadrados que integran el proyecto –que incluye una readaptación vanguardista junto a un palacio clásico– estarán listos para su uso en junio. En esta subsede se almacenarán parte de las 3.000 obras que el Prado tiene fuera del museo y acogerá exposiciones itinerantes. Ávila es también la sede de la Fundación Claudio Sánchez Albornoz (Paseo Dos de Mayo, 8), dedicada a la memoria del abulense y que ha organizado exposiciones y conciertos.
Además de la Ávila interior de los espacios museísticos, existe la más célebre, el museo exterior que representa su recinto amurallado. Desde el Paseo del Rastro, en el Lienzo Sur de la muralla, se obtienen imponentes vistas del Valle de Amblés y el Pico Zapatero. En el norte hay unas vistas más cortas, y la muralla da al nuevo Palacio de Congresos. A su derecha, el Estudio Café Terraza es un acogedor establecimiento de piedra con un tranquilo patio en el que descansar un rato con un café o una copa. A la hora del ocio los alrededores de la ciudad cuentan con Naturávila, una inmensa finca procedente de una donación y que ahora acoge un campo de golf y un centro hípico –donde se pueden contratar clases y excursiones-, además del hotel Fontecruz Ávila.
A Ávila se va también de excursión gastronómica: su ternera es famosa por su ternura. Entre los nativos lo más popular es comer de tapas, que suelen ser gratuitas con la bebida. Hay sitios donde la carta de tapas de regalo alcanza decenas de referencias o incluye toques de cocina de autor, como Dvinos (Avenida de Portugal, 24), con tapas como gulas con huevo y vinagreta de manzana que se se dan junto a la caña por 1,50 euros. Para tapear más en el centro, detrás de la Catedral y pegados a la muralla están los cinco bares que ocupan ambas aceras de un tramo de la calle de San Segundo. Los dos clásicos son Casa de Postas y La Bodeguita, uno frente a otro, y los que aportan un toque moderno son Caramel y Villoldo. El quinto, El Bar, tiene precios más elevados y no siempre ofrece tapa.
Para comer, junto a la Catedral está el Restaurante Alcaravea, situado en un primer piso, una experiencia similar a comer en casa, pero con algunos toques creativos. Para el café o las copas de después, una buena opción es La Taberna del Tostao (plaza de la Catedral, 10), en los sótanos del Hotel Palacio de los Velada y frecuentada por un público joven.
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