Julián Navas creó su propia empresa hace ocho años. Se llama Indepro2000, y ha desarrollado destacados proyectos, especialmente en la provincia de Ávila. Según detalla, ha trabajado en la potabilizadora de Cardeñosa -con más de 150 kilómetros de conducciones-, o el sellado de hasta 20 vertederos, entre otras obras.
«Gracias a que estamos especializados en obra hidráulica hemos conseguido hacernos un hueco en el exterior. En Rumanía no hay expertos de este tipo y allí contamos con un mercado importante», asegura este emprendedor abulense, con un pie en Ávila y otro en Bucarest, la capital rumana.
La pésima evolución del sector le llevaba, junto a su anterior socio, el también abulense Álvaro Jiménez, a embarcarse, hace ya dos años, en una aventura diferente. «Hacía tiempo que ninguna administración nos adjudicaba nuevos contratos, no había esperanzas y el destino final parecía la paralización profesional. Así que dimos el salto, gracias a un amigo que nos ayudó a adentrarnos en Rumanía». Un país, explica, que, hoy por hoy, es el segundo que más fondos europeos está absorbiendo. «Se mueve mucho, pero el problema que tienen allí es que se ahogan en la burocracia, hay corrupción y no tienen dinero ni para aportar el porcentaje que se les exige desde Bruselas. El país está hecho polvo», resume.
A su entender, a los españoles se nos ve «como en aquellos tiempos en que hablábamos de los centroeuropeos como muy serios, trabajadores, responsables y rigurosos». Algo que, asegura, «me sorprendió, pero a la vez también me agradó». Las diferencias con España son muchas. Basta con señalar que allí el salario mínimo es de 157,2 euros, y que un ingeniero experimentado podría acceder a una nómina de 500 o 600 euros.
En Bucarest Indepro2000 cuenta con una oficina, donde tiene contratados a un ingeniero de caminos español y a un gerente rumano. «Hablamos en inglés y algo en el idioma local, pero es el rumano el que se emplea para las reuniones importantes», afirma este ingeniero, que, como contraposición nos señala que «he tenido que prescindir en España de la mayor parte de la plantilla, porque aquí sólo perduran proyectos pequeños. Disponemos de alguna obra abierta, que sí lleva trabajo, pero los presupuestos que nos aceptan son muy bajos y casi no se gana dinero».
Asimismo, no oculta que «tengo miedo de que no nos paguen» las empresas constructoras, para las que trabaja dando asistencia técnica. «Últimamente es lo habitual», lamenta. Por eso, sentencia, «a veces creo que es mejor esperar a que todo esto pase, y no asumir el riesgo tan alto que supone que no te paguen, con el problema que crea».
Julián se ocupa de toda la facturación, gestión de cobros y pagos de la compañía y, preguntado sobre su relación con la ‘liquidez’, es rotundo: «aunque un banco me prestara dinero ahora mismo no lo quiero, porque sé las consecuencias que puede tener que algo salga mal».
Sobre su proyección desde Ávila, también es rotundo: «si tienes iniciativa puedes hacer muchas cosas desde aquí. Pero mirando al exterior. Todo el mundo mira fuera».
De cerca
Vive entre Ávila -de donde es natural- y Bucarest, donde pasa diez o quince días todos los meses. Empezó a trabajar, en 1999, como jefe de Obra, en una filial de ACS en Portugal, en temas ambientales como el sellado de vertederos o puntos limpios. «Tras esto estuve tres años haciendo obras por toda España y después regresé a Ávila», indica Julián Navas, ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, quien recuerda que hace cuatro años lograban contratos de las administraciones públicas con facilidad. «Veían lo serios y eficientes que éramos». Pero la crisis, asegura, ha dado al traste con todo.
Fuente: La Razón
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