Se marchaba César Jiménez a pie después de cortar una más una. Lo hacía con el ceño fruncido y el paso firme y ligero. Pero seguro que en el fondo de sus pensamientos sabía que su enemigo había sido la mala suerte, no el presidente.
Lo único que había de Festivo en el quinto de la tarde, su segundo, era su nombre. Era el más hecho y hondo de los Pericalvo y el de más peso. Ya antes de que empezara a ser pitado había dejado un par de recados para los carpinteros de la plaza y tras el tercio inicial mostró un trote descoordinado y feo, amén de una preocupante falta de fuerzas. Pero hasta ahí. Con el reglamento en la mano ese toro no podía abandonar la arena.
Por eso torcía el gesto Jiménez. Porque tenía que lidiar un animal que no le iba a dejar mostrar todas sus bazas. Ya había cortado una oreja y queríarematar el buen sabor de boca. La bronca al presidente iba en aumento según el de Fuenlabrada afincado en el Tiétar abulense mandaba parar la música odesairaba al final de las series.
César se tuvo que manchar los alamares para exprimir alguna tanda con más o menos ligazón y con la mano más baja de lo que todo el mundo esperaba. Lo mató con media estocada y el público sacó los pañuelos de la empatía como compensación al esfuerzo.
Y lo hacían porque en el segundo habían visto a un torero firme, con mando, con la pierna adelantada con el capote y toreando con el mentón hundido enel pecho. Con la muleta comenzó doblándose y sufrió un pequeño susto cuando más intensa era la faena al natural. Se estiró para hacer pasar al toro hasta el final del muletazo y volviendo a la derecha logró una serie emotiva que remató con un pase de pecho hasta la hombrera contraria.
Se había hecho el silencio para matar y todavía se vieron dos molinetes de rodillas y un cambio de mano que dejaron a los tendidos buscando algo blanco en los bolsillos. Estocada caída pero efectiva, una oreja, seria petición de la segunda, bronca al palco y comienzo del mosqueo del torero que ya hemos contado como terminó.
El que sí salió por la Puerta de los Caballeros abulense fue Serafín Marín. Comenzó su tarde con un animal que desatendió totalmente la brega y calentó a los presentes con cuatro estatuarios con la mirada clavada a dos metros de sus pies y un desprecio que llegó.
Quiso ver a un toro que se venía desde lejos; le constaba, pero cuando llegaba lo hacía como un tren de mercancías. El catalán arrancaba seis tandas desde casi veinte metros en medio de una desconfianza que se transformaba en incredulidad y que desembocó en reconocimiento.
Toreó con planta sabiendo dar calma entre los arrimones e intensidad a las series. Con la izquierda se mostró dominador y cimbreó la cintura para corresponder a un ejemplar salmantino que llegó con motor hasta el final. Lo pinchó y le propinó una estocada caída. Tocó pelo.
La batalla la tuvo con el cierraplaza. El más alto de la corrida con detalles de manso y con más peligro de lo que pudo parecer. En el cuerpo a cuerpo parecía algo personal y de hecho en un par de ocasiones Serafín se tuvo que dar un respiro para no encontrar algún disparo perdido. Se dejó la voz para que el toro no perdiera la atención y así fue sacando uno, luego otro, luego otro, otros dos... estocada tendida y oreja.
El problema de Francisco Rivera fue que cuando tuvo toro no quiso y cuando quiso no tuvo toro. El primero lo saludó desconfiado y cuando más aseado estuvo fue con la izquierda y amparándose en la ayuda para darle un poco de profundidad. Esa primera faena no tuvo nunca ritmo aunque el público estaba como loco por manifestarse. Volvió con la derecha para llevarse la primera gran ovación y se vino arriba con un farol que tuvo más de intención que de estética. Escuchó un aviso y mató con una espada desprendida después de dos cuartos de acero. Aún así, saludó una ovación cerrada.
El cuarto era un colorado al que dio la bienvenida con una larga cambiada de rodillas. Banderilleó -con acierto y precisión- por aclamación popular y cuando vio que enfrente tenía al más flojo de la tarde se dedicó a mostrarse voluntarioso y popular con la mano a media altura, miradas a los tendidos y arrimones que se envolvían en los lomos del listón.
Su mérito fue hacer moverse a un Pericalvo que se quedó sin fuerza demasiado pronto. Pinchó, mucho. Y el toro fue a morir a las tablas con una estocada. Y Paquirri, con palmas, despidió su actuación al pie de la muralla.
Ficha del festejo:
Plaza de toros de Ávila. Corrida de la Beneficencia. Media entrada en tarde nublada y con buena temperatura. Toros de Miranda de Pericalvo, bien presentados y manejables, el tercero aplaudido en el arrastre y el quinto pitado.
Paquirri (nazareno y oro): ovación tras aviso y ovación.
César Jiménez (verde botella y oro): oreja tras petición y oreja.
Serafín Marín (rosa palo y oro): oreja y oreja.
Incidentes: César Jiménz fue volteado durante la lidia a su primero y el presidente recibió una bronca del respetable, tras no concederle la segunda oreja.
Fuente: Burladero
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